En una fría mañana de finales de octubre, víspera de Halloween, los vikingos decidieron concentrarse en el Polígono Industrial "El Raso" (San Agustín de Guadalix). Se habían marcado como objetivo recorrer una gran parte de las antiguas pistas de servicio del Canal de Isabel II y dominar la orografía de este territorio controlado desde el aire por buitres y águilas.
Los dioses no estaban por la labor de colaborar con los vikingos en esta batalla y malos augurios se presagiaba cuando el grupo arrancó media hora después de lo previsto. Diez fueron elegidos para el enfrentamiento: Paco, Richi, Beni, José Luis, Pablo, Galazo, Ricardo, Casillas, Rubén y Gerardo.
Tras cruzar el río Guadalix suben hasta la pista del Canal del Atazar, girando a la izquierda e iniciando el recorrido en el sentido de las agujas del reloj. El enfrentamiento se inicia nada mas empezar y los cortes del grupo empiezan a producirse. No es una gran subida pero los feroces vikingos tienen aún sus armas frías y deciden reagruparse para no perder efectivos. El sol y el esfuerzo hacen que las indumentarias vikingas empiecen a aparecer.
Tras cinco kilómetros y medio de ascensión y una lucha cuerpo a cuerpo contra el terreno, una de las máquinas vikingas (del amigo Galazo) sufre el primer percance del día, pinchazo en la delantera. Entra el grupo en la pista del Canal Alto y deciden reagruparse porque el desnivel empieza a hacer mella en alguno de los fornidos guerreros. Los dioses siguen dándoles la espalda.
Después de pasar por expertas manos, la máquina destructora del vikingo Galazo reinicia, junto con el grupo, la marcha. La solidaridad vikinga ha vuelto a aparecer. A su derecha se encuentran el espectacular paisaje del Cañón del río Guadalix. Durante varios kilómetros los vikingos ruedan observando la profunda depresión del terreno formada por la erosión que gradualmente produjo el río Guadalix.
La presencia de los buitres planeando sobre ellos no les amedrenta; no son una amenaza. La agresividad que desprende el pelotón ahuyenta a esos enemigos, pero no al suelo por donde pisan. El constante sube y baja del terreno de la pista del Canal de El Vellón rompe el ritmo del grupo y tienen que reagruparse varias veces.
Tras dejar atrás la Urbanización Montenebro los vikingos consiguen derribar el obstáculo que se encuentran al frente, una puerta. Por ella pasan y entran en el Monte de la Dehesa de Pedrezuela y ruedan de nuevo con sus máquinas por la pista de el Canal de El Vellón junto al cañón hasta que tienen que saltar la siguiente valla. Así, llegan hasta el embalse de Pedrezuela.
Tras dejar atrás la Urbanización Montenebro los vikingos consiguen derribar el obstáculo que se encuentran al frente, una puerta. Por ella pasan y entran en el Monte de la Dehesa de Pedrezuela y ruedan de nuevo con sus máquinas por la pista de el Canal de El Vellón junto al cañón hasta que tienen que saltar la siguiente valla. Así, llegan hasta el embalse de Pedrezuela.
El cañón del río toca a su fin junto al dique de la presa. El paisaje merece una segunda parada. La gran masa de agua y la enorme depresión del terreno vista desde el dique hacen que las fotografías inmortalicen esta nueva conquista.
El cómodo recorrido que se encuentran a continuación les hace admirar el agradable paisaje de todo el entorno del embalse. Una carretera asfaltada, junto a algunas urbanizaciones, lo bordea. Poco a poco llegan hasta la intersección con la M-608. Cruce que entraña cierto peligro, pero con buena visibilidad. Cruzan esta vía y se introducen por una frondosa senda; y, por una camino de tierra, suben hasta la localidad de Venturada. Otra conquista para el recuerdo de estos guerreros; y un buen lugar, de nuevo, para el agrupamiento.
Los 22,5 kilómetros que lleva el grupo no les impide continuar luchando y conquistando los territorios por donde sus máquinas ruedan. Venturada se rinde a sus pies. La bordean por su derecha y por un camino señalizado como un "GR" llegan a un túnel bajo la A-1, siendo recibidos por una pequeña "pared" que consiguen dominar, no sin algún que otro sobre-esfuerzo. A partir de aquí, el recorrido se convierte sinuoso y siguen apareciendo pequeñas subidas y bajadas que vuelven a distanciar al grupo. Las vistas por la derecha son muy gratificantes y brindan a estos temibles aunque algo cansados guerreros una fuerte, larga y divertida bajada hasta una pequeña carretera asfaltada con muy escaso tráfico. Por ella llegan hasta la N-320 y giran a la derecha. A los pocos metros tienen que superar el mayor peligro que tiene toda la ruta. Han de atravesar esta carretera para coger la pista del Canal Bajo que se encuentra en el lado opuesto.
Después de superar este escollo, entran en grupo en una bonita pista arropada por alta vegetación. Una vez que recorren casi tres kilómetros, llegan a una intersección donde realizan un rápido avituallamiento y el enésimo reagrupamiento del grupo. Deciden coger la pista asfaltada de la izquierda en vez de subir la loma que tienen al frente. De esta forma salen a la M-129 y giran a su derecha. Dos kilómetros después, cogen la pista que aparece por la izquierda. Llegan hasta una larga tubería del Canal y junto a ella se presenta el grupo, muy disgregado, en una pequeña loma con un par de revueltas que minan las fuerzas de algunos vikingos. Al final de la subida vuelven a reagruparse.
Los vikingos emprenden la rápida bajada hasta la localidad de El Espartal, pero de nuevo la máquina del amigo Galazo vuelve a pinchar. Esta vez es la rueda trasera. El grupo que iba mas adelantado tiene que espera a la entrada del pueblo, junto a un acueducto construido en 1852, mientras que manos expertas vuelven a reparar la máquina derribada por las inclemencias del terreno.
El grupo entra victorioso en El Espartal; lo atraviesan y emprenden una constante subida que hace mella en algunos vikingos. La coronación de la subida hasta el desvío consigue hundir a Galazo que echa el pie a tierra. El grupo se rompe; la lucha contra el terreno se endurece y al salir a la siguiente pista se empieza a rodar por grupos. Las grandes heridas que la contienda ha provocado en Galazo hacen que deba ser acompañado por el vikingo Paco. Otra vez la solidaridad vikinga entra en acción. Se quedan solos para llegar a El Molar; tienen el track del recorrido y no van a perderse. El resto del grupo entra en El Molar, pasan por debajo de la antigua N-1 y se preparan para la siguiente batalla contra el terreno.
La salida del pueblo se torna en una larga y empinada subida; que, aunque asfaltada, hace mas mella en Pablo. Con pundonor, y tras ser esperado, salen del pueblo. El vikingo Galazo queda mal herido en la plaza del pueblo y Paco alcanza al grupo para intentar llegar antes al punto de inicio de la ruta y coger la furgoneta para buscar al desfallecido vikingo. Esta raza de guerreros tiene un principio: nunca dejan sus cadáveres por el camino.
El resto del grupo, guiados por el vikingo Gerardo emprenden una fuerte subida y una rapidísima bajada por una pista asfaltada para coger un camino a la derecha que, sin dejarlo, les lleva por la pista del Canal del Atazar hasta el final de la ruta. Pero como los dioses les habían dado la espalda, Ricardo vuelve a pinchar en el mismo lugar donde lo hizo meses atrás, ¡qué coincidencia!. Junto con el vikingo Gerardo, llegan los últimos al final de este bonito, pero accidentado recorrido.
No queda tiempo para mucho. Es muy tarde y tras cumplir con la tradición: dar buena cuenta de una rubia fresquita, los vikingos uniformados se hacen una foto para inmortalizar el momento. Tan solo cinco se quedan a degustar las viandas del Restaurante "El Raso".
La batalla de hoy ha desgastado al grupo. Los dioses no les han acompañado durante todo el trayecto. Aún así, consiguieron el objetivo: recorrer los 59 kilómetros de la ruta, aunque tardaron mucho en hacerlo. Para la próxima batalla tendrán que curtir las piernas de los vikingos derrotados con el fin de poder disfrutar de la belleza de estos parajes y del placer de montar en esas temibles máquinas a las que llaman bicicletas.
Los vikingos emprenden la rápida bajada hasta la localidad de El Espartal, pero de nuevo la máquina del amigo Galazo vuelve a pinchar. Esta vez es la rueda trasera. El grupo que iba mas adelantado tiene que espera a la entrada del pueblo, junto a un acueducto construido en 1852, mientras que manos expertas vuelven a reparar la máquina derribada por las inclemencias del terreno.
El grupo entra victorioso en El Espartal; lo atraviesan y emprenden una constante subida que hace mella en algunos vikingos. La coronación de la subida hasta el desvío consigue hundir a Galazo que echa el pie a tierra. El grupo se rompe; la lucha contra el terreno se endurece y al salir a la siguiente pista se empieza a rodar por grupos. Las grandes heridas que la contienda ha provocado en Galazo hacen que deba ser acompañado por el vikingo Paco. Otra vez la solidaridad vikinga entra en acción. Se quedan solos para llegar a El Molar; tienen el track del recorrido y no van a perderse. El resto del grupo entra en El Molar, pasan por debajo de la antigua N-1 y se preparan para la siguiente batalla contra el terreno.
La salida del pueblo se torna en una larga y empinada subida; que, aunque asfaltada, hace mas mella en Pablo. Con pundonor, y tras ser esperado, salen del pueblo. El vikingo Galazo queda mal herido en la plaza del pueblo y Paco alcanza al grupo para intentar llegar antes al punto de inicio de la ruta y coger la furgoneta para buscar al desfallecido vikingo. Esta raza de guerreros tiene un principio: nunca dejan sus cadáveres por el camino.
El resto del grupo, guiados por el vikingo Gerardo emprenden una fuerte subida y una rapidísima bajada por una pista asfaltada para coger un camino a la derecha que, sin dejarlo, les lleva por la pista del Canal del Atazar hasta el final de la ruta. Pero como los dioses les habían dado la espalda, Ricardo vuelve a pinchar en el mismo lugar donde lo hizo meses atrás, ¡qué coincidencia!. Junto con el vikingo Gerardo, llegan los últimos al final de este bonito, pero accidentado recorrido.
No queda tiempo para mucho. Es muy tarde y tras cumplir con la tradición: dar buena cuenta de una rubia fresquita, los vikingos uniformados se hacen una foto para inmortalizar el momento. Tan solo cinco se quedan a degustar las viandas del Restaurante "El Raso".
La batalla de hoy ha desgastado al grupo. Los dioses no les han acompañado durante todo el trayecto. Aún así, consiguieron el objetivo: recorrer los 59 kilómetros de la ruta, aunque tardaron mucho en hacerlo. Para la próxima batalla tendrán que curtir las piernas de los vikingos derrotados con el fin de poder disfrutar de la belleza de estos parajes y del placer de montar en esas temibles máquinas a las que llaman bicicletas.
EL CUADERNO DEL VIKINGO:
EL PERFIL DE LA RUTA:
PLANO DE LA CONTIENDA:
Vaya panda, pincha el jefe y se paran todos a cambiarle la rueda mientras él mira
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