Las tradiciones navideñas no deben perderse. Dentro de la cultura vikinga uno de los requisitos para subirse en sus máquinas rodadoras es que siempre finalice una batalla con comida y bebida. Y eso es primordial. Llegando las fiestas navideñas no hay mejor justificación para rodar que el premio sea subir a la Plaza Mayor para dar buena cuenta de los famosísimos y exquisitos "bocatas de calamares".
Pues así empieza la corta crónica de hoy. Cuatro vikingos de estómagos inquietos se reúnen en el estacionamiento del Zoo de la Casa de Campo para pasar una fría y húmeda mañana recorriendo las pistas principales con el fin de mantener las máquinas poco embarradas y preparadas para la siguiente batalla que, seguro, será más feroz que la de hoy.
Para entrar en calor, comienzan el pedaleo bajando hasta el Lago y, cogiendo el carril-bici del Anillo Ciclista. deciden bordear este pulmón madrileño ajustándose a la valla que lo perimetra. De esta forma y enfrentándose a varias exigentes subidas consiguen regresar hasta el Zoo para continuar la ruta hasta llegar a la subida del Cerro de Garabitas.
Otro ascenso tranquilo, con descarga de líquidos en lo alto del Cerro, y bajada por el Camino de Somosaguas hasta el Lago, pasando por las instalaciones del Teleférico y las pistas de Tenis.
Con las piernas calientes y los estómagos rebeldes, salen a Madrid Río y, por la Cuesta de la Vega, llegan a la calle Mayor para finalizar la subida en la concurrida y navideña Plaza Mayor. El olfato depredador que poseen los vikingos, les lleva hasta El Ideal para dar buena cuenta de un auténtico manjar madrileño: "El bocata de calamares".
Poco necesita un vikingo para organizar una suculenta comida. Para eso disponen de una máquinas rodadoras que se adaptan a todas la necesidades de estos guerreros tan especiales.
Las frías rubias no pueden faltar en la dieta de los vikingos. Con dos bocadillos por estómagos y un par de rubias para que pasaran bien, van a dar por finalizada la visita a la Plaza Mayor. Antes de regresar a los vehículos de transporte, comprueban como la fama de esta tribu nórdica trasciende fronteras y tienen que posar junto a un aficionado al ciclismo que se entusiasma al verles y se dejan fotografiar por su esposa ante la mirada curiosa de su hijo.
Y poco más se puede contar de esta entretenida mañana. Dejan atrás los puestos navideños de la Plaza, infestada de turistas y vuelven por la Cuesta de la Vega a Madrid Rio para entrar, de nuevo, en la Casa de Campo y subir hasta el Zoo donde dan finalizada la tranquila ruta de hoy.
Muchas crónicas se han escrito para recordar las andanzas, batallas e incursiones de esa estirpe de guerreros nórdicos que combaten sobre bicicletas y que son conocidos como Los Vikingos. Se les ha visto por un sin fin de caminos y senderos, por llanuras, montes y montañas, valles y pueblos por donde despertaban la admiración de sus habitantes ante el estilo y la fuerza de su pedaleo. Pero su capacidad de transformación y adaptación al medio natural va a ser recordada en los anales del ciclismo de montaña.
Ningún humano, en su sano juicio, puede pensar que un ciclista pueda atravesar grandes lagunas sobre su bicicleta. Un guerrero vikingo, sí. Jamás nadie podrá decir que ha visto a un ciclista volar. Un guerrero vikingo, sí. Y lo hace con un estilo que emula a un buitre acechando a su presa.
En una mañana fría y soleada, una horda de diez aguerridos vikingos se concentraron junto a la Plaza de Toros de Navalcarnero. Cuentan los vecinos del lugar que cuando dejaron ver sus amenazantes indumentarias y sus terribles máquinas rodadoras, los seis miuras que estaban en el interior de la Plaza de Toros, se volvieron mansos.
Siguiendo la estela de la bicicleta de Juancar, fueron saliendo de la población y, al llegar al icónico silo, empezaron a rodar junto a la M-600 con la intención de bajar al Parque Regional del Curso Medio del río Guadarrama.
Antes de emprender la bajada junto al bosque, se reagruparon para revisar sus monturas y fueron testigos del amenazante vuelo de los buitres sobre sus cabezas, presagio de los vuelos que se iban a producir en esa fría mañana.
La bajada hasta el río Guadarrama es complicada. La realizaron por el Camino de Navalcarnero al Vado de Sacedón. El terreno estaba roto. Amplios surcos y tierra suelta junto al desnivel complican la bajada a cualquier mortal. Pero esta raza no conoce el peligro ni camino que les haya hecho bajarse de sus monturas. O éso es lo que la humanidad piensa.
En esa fría mañana se iba a producir el "primer vuelo" de un guerrero vikingo. La bicicleta de Richi se encabritó y, mediante un suave planeo, su cuerpo se asentó en la tierra comprobando la dureza del terreno. Lástima que este hecho histórico no pudiera ser grabado para dejar constancia para la posteridad. Sólo unos pocos fueron testigos del increíble aterrizaje.
Al llegar a la linde con el río Guadarrama y, tras vadear el pequeño Arroyo de Sacedón, los intrépidos vikingos volvieron a reagruparse en el Camino de la Zarzuela para comprobar como el hombro magullado no es impedimento para que Richi pudiera continuar la marcha.
Con ánimo y una descomunal potencia de pedaleo, los vikingos volvieron a subir por el bosque haciendo uso de un estrecho sendero junto a la Colada del Camino Viejo de Sacedón. Las grandes zonas embarradas les hicieron ser prudentes y disfrutar más del divertido trazado que aporta un sendero.
De esa forma, y tras una engañosa y larga subida, salieron del bosque junto a la Urbanización de la Fuente de los Manantiales (Sevilla la Nueva), teniendo que volver a rodar por un estrecho y rápido sendero por culpa del terreno embarrado y encharcado. El barro fue uno de los grandes impedimentos que se encontraron los vikingos.
Con un terreno favorable y con la tremenda fuerza en el pedaleo que caracteriza a esta tribu nórdica, se plantaron junto a la M-600, teniendo que atravesarla sin impedimento alguno para situarse junto a la Gasolinera Repsol y tomar la primera pista que les iba a conducir hasta la siguiente localidad, Villamanta.
La compañía de los charcos y el barro les acompañó durante todo el recorrido. Las anchas pistas les dejaron atravesar las lagunas por los bordes aunque, a veces, era misión imposible.
El terreno iba siendo más favorable, regalando a las hordas bárbaras largos y rápidos descensos junto a tranquilas fincas. Pequeñas zonas embarradas fueron sorteadas con gran maestría hasta que llegó el momento estelar del día. Una gran extensión de agua y barro ocupaba todo el ancho del camino e invitaba a buscar otra opción de paso.
Al abandonar el camino para sortear el barrizal, se produjo un hecho histórico que se recordará como la adaptación de un guerrero vikingo a cualquier medio. Con un estilo impropio de un simple ciclista y con una maestría ejemplar, el increible Camuñas, digno descendiente del dios Odín, descabalgó de su montura en el aire y emuló el inquietante vuelo de los buitres para realizar un magistral planeo y aterrizar su cuerpo en la zona más cómoda del campo.
Gracias a la maniobra aérea, más conocida como "el vuelo vikingo", este intrépido guerrero consiguió salir victorioso de la refriega contra el agua y el barro, continuando la marcha junto a las huestes nórdicas.
La reanudación de la marcha se realizó con la increíble imagen del vuelo vikingo en sus cabezas y su adaptación al medio terrenal. Poco a poco, el grupo se fue dirigiendo hasta la M-507, teniendo que cruzar la carretera para entrar en una buena pista que les llevó hasta Villamanta.
Sin entrar en el pueblo, giraron a la izquierda y emprendieron la larga subida hasta Navalcarnero. Produciéndose alternativamente lo que se conoce como "la goma vikinga", teniendo que reagruparse el grupo varias veces.
Pero el barro y el agua, no habían desaparecido y una gran laguna les estaba esperando para impedirles el paso. Con un arrojo impropio de un humano, y con una temeridad digna de un vikingo, el guerrero Isma no pensó en las consecuencias de vadear una gran laguna por el centro y la acometió con fiereza para quedarse estancado en el centro de la balsa con el agua por encima de las ruedas.
Con la rápida reacción, y casi nadando, consiguió salir de la laguna antes de que la cámara inmortalizara ese gran momento. Pero lo que quedó demostrado es que no existe terreno que impida el paso de un vikingo.
Después de superar la batalla contra el agua y el barro, tuvieron que enfrentarse a uno de los más temidos enemigos de un ciclista: el viento de cara. Pero tampoco fue rival para frenar la marcha de estos guerreros que se presentaron en Navalcarnero, para entrar victoriosos a la Plaza de Segovia y finalizar su andadura en la Plaza de Toros.
Cómo es habitual, decidieron brindar por la gran victoria con unas frías cervezas junto a uno de los vehículos de apoyo de esta prestigiosa tribu.
Para celebrar la gran batalla ciclista en Navalcarnero, decidieron degustar los grandes manjares y los exquisitos vinos de la tierra, rememorando los aconteceres y las refriegas con el terreno y, por supuesto, "el vuelo vikingo" .